Diciembre. Un mes que acumula memorias y desmemorias. Un mes en el que todo se renueva. La dominación y las rebeldías.
Las burbujas del brindis nunca terminan de ocultar la realidad de que el año que termina, clava sus uñas para aferrarse al travesaño.
Un gobierno nacional que se dice nuevo, aunque no cambie ni siquiera de apellido. Un gobierno porteño que se dice pro, aunque todo lo que se anuncie sea contra.
Y un pueblo que aún desmovilizado marcha, por todas las demandas postergadas.
No alcanzaron a apagarse las luces de los actos oficiales, y comenzaron a oírse los petardos de artificio estallando en la Plaza de Mayo.
No alcanzaron a anunciar desde el gobierno proteño el cierre de los espacios culturales: festival de teatro, de tango, canal de la ciudad, cuando las callecitas de buenos aires se llenaron de ese qué se yo, viste.
Piqueteros y jubilados que persisten en su costumbre de sobrevivir luchando. Trabajadoras y trabajadores que se organizan.
Asambleístas que no comprenden las advertencias disciplinadoras que dicen que se terminó el tiempo de las deliberaciones, y salen a las calles contra el saqueo, la contaminación, y por tantas exigencias tales como detener la destrucción de las tierras, de las aguas, del aire.
Demandas que para hacerse realidad, confrontan la lógica de destrucción de la llamada civilización occidental, que es el eufemismo más absurdo para nombrar al capitalismo esclavizante y asesino.
Espacios que se cierran. Impunidades que corroen la justicia. Cuando se están por cumplir 15 meses de la desaparición de Julio López, el asesino Héctor Febres, prefecto torturador, o perfecto torturador de la ESMA, se cobra su última víctima … él mismo. Llamado de atención para las renovadas derechas humanas. El pacto de silencio se bebe un trago de cianuro. Brindis envenenado disparando contra la sentencia. Otro crimen de lesa impunidad queda archivado.
En Río Cuarto, Cromañon muestra su rostro demacrado, casi al mismo tiempo en que Chabán recupera la libertad, para volverse clandestino; casi al mismo tiempo que Aníbal Ibarra asume como legislador, escapando a las sillas vacías que frente a la Legislatura, gritan ausencias que casi nadie quiere recordar.
Mientras un grupo de hombres y mujeres reclaman la recuperación de la soberanía, y para ello la nacionalización del petróleo, Repsol anuncia desde España que renovará las inversiones.
¿Por qué no te callas? Grita la monarquía dizque socialista a un continente recolonizado.
Desde el fondo de la memoria diciembre calla. Que se vayan todos. Todos y todas, corrige el diccionario de crítica implacable al lenguaje sexista.
Las oligarquías celebran la derrota del Sí en Venezuela, se ponen en pie de guerra en Bolivia, muestran sus garras. Que se vayan todas.
Bajen las armas, que aquí solo hay pibes comiendo. Pide Pocho Lepratti en Ludueña.
Y más acá, y más allá, algo termina. Algo empieza.
Las burbujas del brindis nunca terminan de ocultar la realidad de que el año que termina, clava sus uñas para aferrarse al travesaño.
Un gobierno nacional que se dice nuevo, aunque no cambie ni siquiera de apellido. Un gobierno porteño que se dice pro, aunque todo lo que se anuncie sea contra.
Y un pueblo que aún desmovilizado marcha, por todas las demandas postergadas.
No alcanzaron a apagarse las luces de los actos oficiales, y comenzaron a oírse los petardos de artificio estallando en la Plaza de Mayo.
No alcanzaron a anunciar desde el gobierno proteño el cierre de los espacios culturales: festival de teatro, de tango, canal de la ciudad, cuando las callecitas de buenos aires se llenaron de ese qué se yo, viste.
Piqueteros y jubilados que persisten en su costumbre de sobrevivir luchando. Trabajadoras y trabajadores que se organizan.
Asambleístas que no comprenden las advertencias disciplinadoras que dicen que se terminó el tiempo de las deliberaciones, y salen a las calles contra el saqueo, la contaminación, y por tantas exigencias tales como detener la destrucción de las tierras, de las aguas, del aire.
Demandas que para hacerse realidad, confrontan la lógica de destrucción de la llamada civilización occidental, que es el eufemismo más absurdo para nombrar al capitalismo esclavizante y asesino.
Espacios que se cierran. Impunidades que corroen la justicia. Cuando se están por cumplir 15 meses de la desaparición de Julio López, el asesino Héctor Febres, prefecto torturador, o perfecto torturador de la ESMA, se cobra su última víctima … él mismo. Llamado de atención para las renovadas derechas humanas. El pacto de silencio se bebe un trago de cianuro. Brindis envenenado disparando contra la sentencia. Otro crimen de lesa impunidad queda archivado.
En Río Cuarto, Cromañon muestra su rostro demacrado, casi al mismo tiempo en que Chabán recupera la libertad, para volverse clandestino; casi al mismo tiempo que Aníbal Ibarra asume como legislador, escapando a las sillas vacías que frente a la Legislatura, gritan ausencias que casi nadie quiere recordar.
Mientras un grupo de hombres y mujeres reclaman la recuperación de la soberanía, y para ello la nacionalización del petróleo, Repsol anuncia desde España que renovará las inversiones.
¿Por qué no te callas? Grita la monarquía dizque socialista a un continente recolonizado.
Desde el fondo de la memoria diciembre calla. Que se vayan todos. Todos y todas, corrige el diccionario de crítica implacable al lenguaje sexista.
Las oligarquías celebran la derrota del Sí en Venezuela, se ponen en pie de guerra en Bolivia, muestran sus garras. Que se vayan todas.
Bajen las armas, que aquí solo hay pibes comiendo. Pide Pocho Lepratti en Ludueña.
Y más acá, y más allá, algo termina. Algo empieza.
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